martes, 29 de marzo de 2011

Ramón Gómez de la Serna


Biografía

(Madrid, 1888-Buenos Aires, 1963) Escritor español. Licenciado en derecho por la Universidad de Oviedo, consagró su vida exclusivamente a la actividad literaria, en la que se mostró como un escritor fecundo y pionero de un tipo de literatura que, dentro de la más pura vanguardia, se erige como una construcción personal de gran originalidad.
Sus primeras obras muestran una actitud crítica e innovadora frente al panorama literario español, dominado por los noventayochistas, y coinciden con la dirección, asumida desde 1908, de la revista Prometeo, receptora y difusora de los primeros manifiestos vanguardistas en España, de los que fue su primer e incondicional defensor e impulsor. Animador indiscutible de la vida literaria madrileña, en 1914 creó una de las tertulias más frecuentadas y famosas con que ha contado Madrid, la del Café Pombo.
Su particular visión de la literatura, concebida dentro de los presupuestos del arte por el arte, sin ningún intento de reflexión ideológica, dio lugar a un género inventado por él, las greguerías, definidas por el propio autor como «metáfora más humor». Consisten en frases breves, de tipo aforístico, que no pretenden expresar ninguna máxima o verdad, sino que que retratan desde un ángulo insólito realidades cotidianas con ironía y humor, a base de expresiones ingeniosas, alteraciones de frases hechas o juegos conceptuales o fonéticos.
u vasta producción literaria incluye desde artículos y ensayos, algunos agrupados en libros, hasta dramas de tema erótico y obras más o menos novelísticas, muchas de ellas basadas en una trama truculenta, al modo de los folletines costumbristas, que por las incoherencias en la narración, las imágenes de tipo surrealista o el barroquismo de la expresión se convierten en una forma de absurdo que destruye todo sentimentalismo y las acerca a lo patético y grotesco.
En 1936, a raíz del estallido de la guerra civil española, se exilió en Buenos Aires con su esposa, la escritora Luisa Sofovich, y en 1948 publicó la obra autobiográfica Automoribundia, testimonio de su vida y compendio de su estilo y su personal concepción literaria.

Bibliografia

  De su numerosa bibliografía, las obras más importantes son: "El Incongruente" -su novela predilecta-, "El Gran Hotel", "La Hiperestésica", "El Torero de Caracho".

En la fotografía de archivo, de la década de los 30, Gómez de la Serna almuerza en una terraza de Madrid

Obras




Al caballo con freno todo le sabe a cucharilla.
El niño grita: “¡No vale!”… “¡Dos contra uno!”, y no sabe que toda la vida es eso: dos contra uno.
La miel es un robo.
La vida obliga a la prisa de vivir porque el pan en seguida se pone duro.
Golf: juego para ratones que se han vuelto ricos.
Lo que más le indigna al joyero robado es que los ladrones dejen despectivamente los estuches vacíos como si hubiesen comido mejillones.
Senos: el misterio móvil.
El ombligo no oye las conferencias.
Nuestros gusanos no serán mariposas.
Las mariposas no duermen la siesta.
El farol no tiene prejuicios.
A los espejos no se les olvidan los trajes a rayas.
Tenía un sueño con cerrojo por dentro.
El pez está siempre de perfil.
Al sacapuntas no le interesa sacar punta al lápiz, sino hacer tirabuzones.
Lo peor al incendiarse el teatro es que se queme el cartelito de Salida.
En las cejas tachó algo la naturaleza.
Los tenores de ópera parecen algo más que tenores de ópera, pero no son más que tenores de ópera.
¿Qué está haciendo en realidad la luna? La luna está tomando el sol.
No hay nada más conmovedor que la risa de una mujer bella que ha llorado mucho.
En la cama siempre es primavera.
Lo peor de la ambición es que no sabe bien lo que quiere.
El jabalí es el cerdo que defiende sus jamones.
El viento se rasca la espalda en las esquinas.
Al ver cómo se repiten trucos y mentiras en la pantalla nos preguntamos. ¿Es que los cómicos de cine no van al cine?
El hipopótamo juega a ser submarino.
La mujer mira con miedo los relojes.
El otro lado del río siempre estará triste de no estar de este lado. Esa pena es de lo más insubsanable del mundo y no se arregla ni con un puente.
Lo malo es que al final se desnuca la vida.
Cuando anuncian por el altavoz que se ha perdido un niño, siempre pienso que ese niño soy yo.
Greguerías (IV)


Lo que pierde al ratón es arrastrar tan largo rabo.
Las hormigas llevan el paso apresurado como si las fuesen a cerrar la tienda.
Nostalgia: neuralgia de los recuerdos.
El dinero huele a vagabundo.
El que sabe dormir es el que se entremete la almohada entre el hombro y la mandíbula como si fuese el violín de los sueños.
Las raíces de los árboles están cruzadas de brazos.
Nos aliviaríamos si comprendiésemos que morir es la última diversión de la vida.
En el fondo de los espejos hay un fotógrafo agazapado.
La llave nos gasta la broma de hacer como que no es de la cerradura que es.
Los azulejos abren el apetito.
El caballo sí que es un hombre serio.
Al callarse la cigarra de pronto, parece que ha habido una avería eléctrica.
Tenía ojos de botón bien cosido.
Lo mas terrible del perro con bozal es que no puede bostezar.
Los claveles tienen las manos frías.
Lo malo del deseo es que vuelve sin avisar.
La nieve tiene sangre azul.
Reuma es tener dolor de cabeza en las piernas.
Las rosas rompen sus cartas de amor.
   
Greguerías (III)

Tocar la trompeta es como beber música.
El caballo mientras pace parece estar leyendo la yerba como un corto de vista.
El caracol siempre está subiendo su propia escalera.
La rana es el animal más indeciso.
Los murciélagos fuman a escondidas.
No hay cosa que dé más rabia que el oír hablar a través de un caramelo.
La lluvia en la madrugada es como lluvia en trenes o andenes.
Al servirnos una ración de jamón parece que nos sirven un bello crimen en lonchas.
Después de comer alcachofas el agua tiene un sabor azul.
Los sordos ven doble.
Cuando nos sentamos al borde de la cama, somos presidiarios pensando en nuestra condena.
Sólo hay un olor que puede competir con el olor a tormenta: el olor a madera del lápiz.
Hay una campana que suena en el alba y que no está en ningún campanario.
El camello lleva a cuestas el horizonte y su montañita.
No tiene importancia que el cazador mate un pichón, sino que haya matado un vuelo.
La fraternidad de tres pares de calcetines es conmovedora y tiene rebaja.
Es difícil imaginar que una monda calavera sea una calavera de mujer.
Son más largas las calles de noche que de día.
Greguerías (II)

Si vais a la felicidad llevad sombrilla.
Los ladrillos saben esperar.
Por los ojos del caballo se asoma la noche al día.
Cuando la mujer pide ensalada de frutas para dos perfecciona el pecado original.
Las primeras gotas de la tormenta bajan a ver si hay tierra en que aterrizar.
Los grandes reflectores buscan a Dios.
Las rosas se suicidan.
El olivo siempre tiene cara de haber dormido mal.
Todos los pájaros son mancos.
Al calvo le sirve el peine para hacerse cosquillas paralelas.
Los cuervos se tiñen.
El polvo está lleno de viejos y olvidados estornudos.
La raya del pelo es feliz.
Los dulces finos son servidos en diminutos paracaídas.
El ventilador afeita el calor.
Es triste que el interior de los baúles esté empapelado de pasillo.
Una de las mayores maldades de la vida es tirar la cerilla encendida al agua.
Entre los carriles de la vía del tren crecen las flores suicidas.
Lo que más duerme en la noche son las torres.
¡Qué gesto como de acordarse de alguien, de no se sabe quién, pone el que saborea una copa de licor!
.
Ramón Gómez de la Serna. Greguerías

Comentario Literario




Alfonso Reyes (1918):
  
"Cuando comenzó a escribir no hacía caso de las palabras. Las arrojaba unas contra otras y, entre tropiezos, lograba imitar con ellas sus emociones inefables. Devolvía su confusión a las cosas, no con la segunda intención lógica de Mallarmé sino con una inconsciencia de iluminado.
   Ha dejado muchos intentos (dramas, cuentos, dichos), todos valiosos y que no se pueden leer sin el escalofrío del arte. Gustan y hacen daño, como todo lo que reposa en una inadecuación sutil. Y quizás a la larga maten.
   Poco a poco, Gómez de la Serna parece convencerse de que no podrá �desarrollar� una acción. Sus acciones son escenitas soldadas artificialmente, como lo serían las cintas del cinematógrafo sin el parpadeo de ese misterioso interruptor metálico Y ni él ni las palabras -tan leales- quieren resignarse a esta penosa tarea de adición. Se cansan a la cuarta línea uno y otras. Y entonces el escritor se va convenciendo de que tiene que escribir a chispazos, a frases como toques eléctricos, a golpes de lucha japonesa.
   Al mismo tiempo, una extraña especie de misticismo lo va dominando: todo él se siente untado en las cosas, en los objetos, en esos trebejos cotidianos que empiedran la vida -y la madrileña sobre todo-, en los mil y un juguetes trágicos que pueblan su célula de abeja paciente. Su cara, su pipa, su mano de sortija negra, el hoyuelo de la vecina, el grito del farolillo de gas que se apaga y pide favor, lo van atrayendo, polarizando paulatinamente toda su voluntad estética. Puede pasarse todo un día viendo volar una mosca o gesticulando ante el espejo. Se abandona en las cosas con ese pavor delicioso del que sabe asustarse solo. Las cosas alargan tentáculos hacia él y van a absorberlo.
   Ya para entonces, la lealtad de las palabras le ha impuesto un estilo, un corte de frase y una adjetivación muy suyos. No es que él haya acabado por ajustarse al lenguaje, sino que el lenguaje, a tanto insistir, ha abierto una brecha por su espíritu penetra por él como un golpe de viento, y se roba sobre sus cien alas todo lo que puede.
   Pero si Ramón se alarga, si quiere soldar una idea con otra, entonces todos se pone mal y todo se lo lleva el diablo. Sus obras perfectas no duran más allá de las siete líneas. La línea número ocho es el punto crítico de disgregación. Más allá, la máquina se resiste o se para.
   Así condicionado, Gómez de la Serna es dueño de un arma que parece un alfiler, y es capaz de crucificar con ella todos los insectos; sólo que no puede servirle como cincel de labrar estatuas.
   Se interesa más en las cosas que le rodean. [...] Por toda su obra posterior hay un vago susto de que el corazón se le ahogue; la vida le parece una burbuja muy tenue que un suspiro puedo deshacer."



Enero, 1918


(Escrito recogido en Tertulia de Madrid, Buenos Aires: Espasa Calpe, 1949.

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